miércoles, julio 03, 2013

El Amor en la Edad Media. (Para estudiantes de IIIº Medio A).



    En la Edad Media, con su culto a la virginidad y su exaltación de la pureza, dejó de ver en la mujer un objeto de deseo, para convertirse en objeto de adoración. Simultáneamente, en una extraña dicotomía, se le consideraba aliada natural del Demonio, tentadora del varón virtuoso, con la irresistible tentación sensual de su cuerpo.
     En esta época, predomina el amor cortés, es decir, en la idealización del ser amado, el cual alcanza las más altas virtudes que lo acercan a lo divino. La mujer representa la imagen del amor cortés, ella está en el pensamiento del hombre, por la que este se vuelve casto y se acerca a lo divino. Un ejemplo de esto es Beatriz, en la “Divina Comedia”, ella es una abstracción, es la llave que acerca a Dante a lo divino, ella está siempre en el pensamiento de Dante a través de su viaje por el Infierno.



    La mujer simboliza un camino, una aspiración que arrebata al ser, lo hace delirar, acercándolo a Dios. Por otra parte, el cuerpo en el amor cortés, se convierte en un impedimento para alcanzar lo divino. Esto lo vemos representado en la obra de Rabelais, “Gargantúa y Pantagruel”. En esta obra lo vemos como el cuerpo simboliza todos los vicios del hombre, que alejan a de lo divino. Dentro de la sensualidad materialista de Garganta y Pantagruel, trasunta una cierta desconfianza frente a la mujer, una falta de interés en lo realmente erótico, que queda desplazado por la obscenidad y la grosería.
   Platón separa el cuerpo del alma, es por eso que para él, la idea del amor es espiritual. El amor es Cristo como un elemento que le sirve al hombre para alcanzar su perfección.
    Sin embargo, el amor terrenal volvió a tomar su justo lugar en la Literatura: una pasión humana, ni divina ni infernad. En el siglo XIV, Petrarca, en una nota autobiográfica, escribiría:
   “En mi juventud soporté las torturas de una pasión indomable, pero noble y única… Amé a una mujer cuyo espíritu, ajeno a todo lo terrenal ansiaba sólo el Cielo; en cuyo rostro resplandecía el fulgor de una divina belleza; cuya voz, cuya mirada, cuyo porte parecían sobrenaturalmente bellos”.
     En el siglo XVI  nos lleva a las grandes llamaradas amorosas que crearon genios como Pierre Ronsard o William Shakespeare, versos en que el sentimiento amoroso aflora en toda su grandeza. Ya sean los lamentos de Ronsard por la belleza de Marie, Cassandre, Hélène, Astrèe o Genèvre, belleza juvenil que inevitablemente se marchitará, o los maravillosos sonetos de Shakespearianos, concientes de que brindan inmortalidad a la amada, representan  una cumbre de de la literatura amorosa que no ha sido sobrepasada.
    El poema de amor, por otra parte, ha aparecido en la historia de la literatura con una continuidad asombrosa. Los complejos versos de amor metafísico del clérigo inglés John  Donne serían seguidos por el ingenio de Congreve, y,  más tarde aún, por el romanticismo de un Shelley: “Todo amor es dulce, entregado o correspondido… El amor es tan común como la luz, pero su voz familiar jamás cansa”. Y la voz familiar de la lírica aún  no cansa: trátese de las “Rimas”, de Bécquer, o de los “Veinte Poemas de Amor”, de Neruda, la poesía amorosa prosigue su marcha triunfal en las  literaturas  de los países del mundo.




























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