P. OVIDI
NASONIS METAMORPHOSEN
LIBER
DECIMVS
Libro
décimo.
De las bodas de Ifis y Yante en Creta,
cubierto con el flámeo vuela Himeneo hacia los cicones, y Orfeo pide en vano su
presencia favorable. Porque en verdad asistió al matrimonio de éste, pero no
trajo signos felices; incluso su antorcha chirrió humeante, y no levantó fuego
al ser agitada. Y peor que los auspicios fue lo que siguió, pues la recién
casada murió a causa de una mordedura de sierpe, que recibió en el pie
mientras, junto con un grupo de náyades, paseaba por el campo (1-10).
Después de llorarla copiosamente, Orfeo se
atrevió a buscarla entre los muertos, para lo cual bajó al mundo infernal por
la puerta del Ténaro. Por entre el pueblo de las almas, fue a Perséfone y
Plutón, y acompañando su canto con la lira, los invocó: Ellos, los dioses del
mundo subterráneo, que han de recibir al fin a todos los mortales, deben
saberlo: él no ha descendido aquí para contemplar el Tártaro ni encadenar los
tres cuellos de Cerbero. Ha venido en pos de su esposa, a quien una víbora
venenosa mató en plena juventud. Hizo él en vano lo posible por soportarlo.
Amor venció. Ese dios es conocido tanto en
el mundo superior como en el infernal, y así lo hace suponer el rapto de la
misma Proserpina por el rey de este último. Por los lugares temerosos, por el
Caos, por los silencios de su inmenso reino, él les suplica que tejan de nuevo
los hados de Eurídice, tan violentamente acabados (11-31). Todo les está
destinado; a su sede irán todos, más tarde o más temprano; a la última morada
en la cual ellos reinan sobre los humanos. También Eurídice, cuando cumpla su
edad, estará en su poder. Sólo pide para ella la vida; pero si se la niegan, él
no querrávolver con los vivos, y gozarán también con su muerte (32-39).
Al oírlo cantar con la lira, lloraron las
almas; Tántalo no intentó beber, se detuvo la rueda de Ixión, descansó el
hígado de Ticio, las Danaides cesaron de echar agua en su tonel, Sísifo se
sentó sobre su roca. Es fama que por primera vez lloraron las Furias, y ni
Proserpina ni Plutón
resistieron las súplicas. Llaman a Eurídice, que caminaba despacio a causa de
su herida, y se la entregan con la condición de que no se vuelva a mirarla en
tanto no salgan del Averno. De hacerlo, el don le sería revocado (40-52).
Suben ambos entre
silencios y sombras. Y ya a punto de llegar a la salida, él, con ansia y temor,
vuelve los ojos, y ella retrocede al punto. Cuando quiso abrazarla, infeliz,
abrazó únicamente el aire.
Y la que muere otra vez, no se quejó, pues
sólo se habría quejado de ser amada, y dijo un adiós que apenas fue escuchado
por él, y regresó entre los muertos (53-63).
Con esta segunda muerte
Orfeo se pasmó tanto como el pastor que vio a Cerbero salir en cadenas del
infierno, y al hacerlo quedó petrificado, o como Oleno que se declaró culpable
y fue convertido en piedra en el Ida junto con Letea su esposa. Cuando quiso ir
de nuevo al infierno, Caronte lo rechazó. Entonces él se sentó en la ribera,
sin más alimento que su dolor y sus lágrimas. Quejándose de la crueldad de los
dioses infernales, se fue después al Rodope y al Hemo (64-77).
Habían pasado tres años, y Orfeo rehuía todo
amor de mujer. Acaso porque antes lo había hecho sufrir; acaso porque lo había
jurado. Con todo, muchas lo buscaron y se dolieron rechazadas. Él fue también
quien enseñó a los tracios el amor de los muchachos, y a cortar las flores
previas a la juventud (78-85).
Había un collado y un campo revestido de
hierba verde; privado de sombra, la tuvo después que Orfeo se sentó allí y tocó
la lira, porque a escucharlo se llegaron la encina, los álamos, los tilos, el
haya y el laurel y los avellanos y el fresno y el abeto y el roble y el plátano
y el acebo, y con ellos, los sauces del río y los lotos acuáticos, y el boj
siempre verde y los tamariscos delgados, y el mirto de dos colores y el durillo
azuloso de frutos. También vinieron las hiedras flexibles y las vides y los
pámpanos cubiertos de vides, y los quejigos y las píceas, y el madroño de fruto
rojizo y las palmas que son emblema de la victoria. Llegó asimismo el pino de
follaje hirsuto, preferido de Cibele porque en ese árbol fue convertido Atis
(86-105).
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